Decido cerrar el libro, pues el roce del pulgar contra el papel me genera escalofríos. La edición es muy mala: hojas lánguidas y rugosas entre tapas de cartón mediocre.

Ojalá fuera domingo, así habría alguien a quien pedir un cigarrillo. No es que vaya a agarrar nuevamente el vicio. Tan solo es uno para pasar el rato.

Me apoyo sobre la baranda de piedra del gacebo con ambas manos y observo el panorama. La sábana de agua perfectamente tendida se arruga de repente con el salto de un pez.

Esta noche emprendo la vuelta. Mañana estaré en mi Banfield de garitas y adoquines. Y tal vez pueda ver a un nene andando en bicicleta de esquina a esquina mientras su madre observa desde la vereda de su casa. La semana que viene quizás visite la fuente de la Plaza Cataluña, para equiparar la balanza.

               

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