En Buenos Aires, a veces, desde un piso 14 frente al Río de la Plata puede observarse, si el Servicio Meteorológico así lo dispone, la costa uruguaya. Otras veces sólo se distingue el horizonte y algún que otro barco que parece hundirse muy lentamente a medida que se aleja. Este fenómeno, dicen, fue observado por Cristóbal Colón en su infancia, y constituye uno de los hitos que despertaron en él ese interrogante acerca de la redondez de la Tierra.

Aunque esa historia no me la trago ni loco, es cuando menos interesante observar esa circunstancia por la que atraviesan los barcos y dejar lugar a duda respecto de la capacidad intelectual del renombrado Cristóbal.

Por otro lado, en días de tormenta el río deviene feroz: oleaje digno de un mar en la cresta de su fuerza; el cielo amarronado, oscuro, sangriento, dorado, que parece querer saltar sobre nosotros; un viento calmo que de pronto sopla un atropello hacia cuánta cosa se cruce en su camino.

Esos días son cuando adoro estas enormes ventanas que forjan mi edificio y no dudo siquiera ir hasta el piso 15, al balcón, a fumar un cigarrillo debajo de la lluvia, y observar detenida...eternamente el agua rabiosa del río, y compenetrarme con la obra de Zeus. Por unos instantes me voy de mi mismo, el mundo no existe, somos la tormenta y yo, y blasfemo, insulto y lamento no tener conmigo mi cámara de fotos. Pero ¿qué más da? Ese momento no me lo quita nadie, a menos que venga el Dr. Mierzwiak...

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